Los empastes de amalgama, utilizados en odontología desde hace más de 150 años, fueron desarrollados en 1833 por el dentista francés Auguste Taveau. Su amplia adopción se debe a su notable durabilidad y eficacia en la prevención de la caries dental. Sin embargo, recientemente, su uso ha comenzado a ser cuestionado y hasta prohibido en algunos países debido a las preocupaciones relacionadas con el contenido de mercurio y su impacto ambiental.
Estos empastes consisten en una aleación de mercurio, plata, estaño y cobre, diseñada para rellenar cavidades dentales. A pesar de sus ventajas, como la durabilidad y la resistencia frente a la caries, los empastes de amalgama presentan desventajas, entre ellas, los riesgos potenciales para la salud de quienes los manipulan y para los pacientes debido a su toxicidad.
Las reacciones alérgicas a los metales presentes en la amalgama son posibles, además de que su color plateado puede generar inconvenientes estéticos. Estos aspectos estéticos pueden influir negativamente en la autoestima de algunas personas, causándoles timidez al sonreír y afectando su vida diaria.
Actualmente, muchas personas optan por reemplazar sus empastes de amalgama, especialmente en zonas visibles al sonreír como los premolares, por empastes de composite (un material de color blanco) debido a consideraciones estéticas. El composite, una forma de resina, es también duradero pero puede mancharse con ciertos alimentos, comidas ácidas y bebidas gaseosas.
No obstante, en general, los empastes de composite ofrecen excelentes resultados y son muy exitosos en mejorar la estética dental. Para mantener su efectividad y apariencia, es crucial practicar una buena higiene bucal y realizar mantenimientos regulares visitando al dentista de manera periódica.